En su definición más simple esta dominación describe una sociedad gobernada por las clases altas, que combinaba la violencia y el consenso, pero con la exclusión del resto de la población. Asimismo, el término alude a un orden señorial, a una democracia limitada a un país todavía desintegrado socialmente, donde la sociedad civil era aun demasiado incipiente como para hacer representables sus intereses frente al estado. Para otros autores este fue el comienzo la consolidación de una oligarquía o plutocracia cerrada, unida por lazos de parentesco, que practicaba el nepotismo en su monopolio del poder, marginado o neutralizando a las capas media y populares, que abrió las puertas al capital extranjero, al que terminó subordinado y que estuvo aliada con los gamonales de la sierra. Estos últimos dominaban haciendas de bajísima productividad y eran responsables de la explotación, la ignorancia y de la miseria abierta en que se mantenía a la población indígena. Las versiones mas externas hablaban de un grupo “oligárquico”, definido así por su pequeño número (algunos se referían a las “cuarenta familias”, que se suponían como “los dueños del Perú”).
Y por sus últimos lazos entre sí, que no tenían ni aspiraban a tener una ideología o un proyecto de desarrollo que incluyese al resto del país, y de la toma de importantes decisiones políticas entre amigos que se reunían en Lima en el Club Nacional.
Según estas interpretaciones la República Aristocrática es una reelaboración de los abismos sociales internos y la dependencia económica externa presente en el orden colonial, que perdió legitimidad y fue cuestionada parcialmente en los años treinta, y que sólo se resquebrajó en los años setenta de este siglo. Obviamente en esta interpretaron influyó mucho el impacto de las nacionalidades y de la reforma agraria decretadas en la segunda mitad del siglo veinte por el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado.
Hoy en día los historiadores prefieren investigar y comprender este período en sí mismo, descubriendo nuevos actores, regiones, y dimensiones del pasado, sin dejar de reconocer que el Perú a fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte experimento un rápido crecimiento y diversificación económica y atravesó por importantes cambios sociales, políticos y culturales, que han dejado un le gado perceptible hasta el día de hoy. Alfonso Quiroz ha discutido, por ejemplo, el calificativo de “República Aristocrática” de Jorge Basadre, señalando que clase dominante del Perú de 1900 compartía ideales y orígenes sociales más bien burgueses que aristocráticos. Alejados del espíritu rentista y de culto a los honores propios de la aristocracia colonial, sus hombres se embarcaron en negocios bursátiles, financieros y comerciales. Adoptaron el positivismo científico, criticado el humanismo literario percibido como herencia de la denominación española, y aceptaron el riesgo de actividades innovadoras en el terreno económico, lo que parecía una práctica alejada de un espíritu aristocrático. Felipe Portocarrero, por su parte, halló que el tamaño de la clase económica dominante era más extenso de lo pensado, y sus redes asimismo más complejas.